Lo último que pensé es que algún día la recostaría sobre una cama de flores y la escucharía a todo volumen en mi parque favorito, al ladito de mi casa en Madrid. Esa tarde, la gente del barrio me miraba de reojo mientras paseaba con ella apoyada en mi hombro derecho, sujetándola con el asa desplegada. Tipo “loro” de los años 80.
Con el ruido de los coches no oía bien por la calle, pero entonces, arrimaba mi oreja derecha al altavoz redondo como hacían antes los mayores cuando escuchaban los partidos de fútbol en el transistor.
Me hizo gracia la situación, la aproveché para reírme y olvidarme un rato de los pensamientos más apocalípticos que teníamos aquella tarde. Otra vez, que si la tercera guerra mundial, que si esta vez nos atacaban los rusos o los israelíes, que si era una prueba para hacernos maldades más grandes. Otra vez. Pero este fin del mundo, me tocó acompañada.
Pasear por la calle con mi amiga fue muy reconfortante. La tuve a mi lado desde las dos de la tarde hasta las diez y media de la noche, y no se despegó de mí ni un minuto. Lealtad absoluta. Nos miraban de reojo los más jóvenes con curiosidad, otros con envidia porque ellos no la tenían.
Iban y venían las noticias. Sonaban testimonios de personas atrapadas, accidentadas, asustadas, preocupadas, resolutivas, valientes, decididas. Sonaban historias. Y se hacían preguntas. Los periodistas buscaban respuestas.
Cuando se empezó a ir la luz solar, la recosté sobre un cojín del sofá y me tumbé a su lado. Y comencé a observar el momento histórico desde mi ventana: circulación inexplicablemente ordenada, policías dirigiendo el tráfico a oscuras con un chaleco fosforito, la nube negra de oscuridad que iba cubriendo las calles. Y silencio. Otra vez el silencio. Pero ella seguía sonando. Ponerle pilas le había dado vitaminas.
Ese 28 de abril de 2025, yo quería estar dentro de esa caja que habla y nos informa, nos acompaña y nos conecta con el mundo. Pero me tocó librar. Así que ese día, en lugar de hablar, me dediqué a escuchar.
En momentos de crisis, la profesionalidad y la autenticidad salen a flote, si se tienen. Mis compañeros de Onda Madrid, ese eterno día sin electricidad, trabajaron coordinados y conectados en equipo para ofrecer la mejor información de servicio público que se podía en esas circunstancias. Cuatro días después, la cadena recibió una medalla homenaje, anunciada hacía meses, por su labor de servicio público. Casualidades de la vida.
La radio consiguió poner luz a nuestras vidas aquellas horas que se hacían interminables. Y la Vida, hizo brillar a la radio. Como un sol.

