Casa ¿con ventana?

por | Mar 2025

Me cuenta una vecina que su hija se va a vivir a Barcelona. La chica, de treinta y pocos años, acaba de sacar una plaza de funcionaria del Estado y le ha tocado ese destino. No ha tenido elección. Y está buscando un apartamento para vivir… Un momento… ¿Para vivir?

La madre, el padre, la hija y media familia han estado mirando en distintos barrios, en portales de internet, en agencias. Los precios rondan los 1.200 euros mensuales por 30 metros cuadrados. Sí, no sobran ni faltan ceros.

Me cuentan que han visto muchos videos, en los que los dueños de las casas te muestran las maravillas de lo que ofrecen. Les llamó la atención uno que decía “Bonito y pequeño dúplex” y se ilusionaron. Pero al ver las imágenes, no encontraban por ningún sitio la escalera que llevaba a la otra planta. Hasta que se dieron cuenta de que los escalones salían de la planta calle hacia abajo, hacia un pequeño zulo de dos metros cuadrados en el que cabía justita, justita, una cama.

Tal era la desesperación para encontrar con apremio un piso en alquiler, que le dijeron al propietario de la joya inmobiliaria que sí, que adelante, que pagaban los 1.200 euros al mes por el bonito y pequeño dúplex. Ahora solo había que pasar la selección y la entrevista, que te hacen ahora los arrendadores. La futura inquilina estaba tranquila, tenía el perfil ideal: 34 años, mujer (por lo que sea, se piensa que son más limpias y ordenadas), no fumadora, sin niños y ¡funcionaria!

Ya le habían dicho sus compañeros que ella lo tendría más fácil. Todo pintaba medio bien. ¡¡Peeero…!! Cuando el dueño se enteró de que la chica tenía trabajo fijo, pues que no la quiso. Que les contestó con un rotundo NO y que dijo que de ninguna manera. Y entonces se produjo una conversación surrealista. La madre oía cómo su hija se justificaba por teléfono: “Pero señor, que le digo que mi plaza de funcionaria no está consolidada. Que a lo mejor, dentro de dos años, me tengo que ir de Barcelona”. El dueño del piso-zulo no la quería, precisamente y por lo que alegaba, ¡por su estabilidad económica y la posibilidad de que alquilara el piso por un largo período!

La madre estupefacta. La hija, abochornada. El padre, a punto de coger un tren a Barcelona. Pero no hubo opción. El catalán se plantó. Así que finalmente, la hija de mi vecina encontró otro piso. Éste sí que tenía cama a ras de suelo, no dentro de un agujero. ¡Ah! Y ventanas. Para poder ver el cielo, el sol, la vida.