El tren con nubes

por | Feb 2025

El día está precioso… Estoy viajando en un ave y me ha tocado en una mesa de cuatro personas. Hace sol y calor de invierno, del que apetece sentir en las mejillas. El cielo está muy azul, limpio de contaminación y reluce como si le hubieran pasado una bayeta mojada.

Las nubes, que van y vienen, parecen un helado de vainilla italiano. Cremoso y esponjoso, para darles un mordisco. El campo no está especialmente verde, ni frondoso, ni hay flores… Es un campo del mes de febrero, áspero y silencioso. Pero transmite calma, firmeza, tranquilidad. Resulta agradable reposar los ojos en su horizonte y descansar por unos minutos.

El chico treintañero que tengo enfrente, nativo de algún país extranjero que no termino de acertar, repantigado en su asiento, mira el televisor del vagón hipnotizado. No parece muy entusiasmado con el reportaje que está viendo, pero no se mueve, no se inmuta ante cualquier ruido o presencia. Parece que deja pasar el tiempo.

A mi lado, una chica morena, muy elegante vestida, de unos 40 años, ha estado un rato trabajando, enfrascada en su portátil. Ahora, creo que está enfrascada en alguna red ¿social? Desliza el dedo con gran destreza y rapidez. Ni ríe, ni expresa ninguna emoción con su cara. Pero no le quita ojo. Parece muy interesada en lo que sucede en el interior de su móvil.

Un señor octogenario escribe con un lápiz digital en su tableta. Tiene pinta de estar haciendo algo muy importante. Lleva en esa posición más de media hora. A veces, cambia el cruce de las piernas, pero sin quitar la vista de la pantalla. La mira por encima de sus gafas, que lleva apoyadas en la punta de la nariz. En cualquier momento, se le van a caer.

De pronto, un señor unas filas más atrás, se levanta precipitadamente de su sitio. Parece que ya no puede aguantar más el silencio “del vagón en silencio”. Y sale al descansillo del tren a hablar por el móvil.

A mí, me ha dado por escribir con un boli y un cuaderno. Hasta el momento, con ninguna de estas personas he conseguido cruzar una mirada, una sonrisa, un “buenos días”. Y he pensado: “A lo mejor ahora se fijan en mí, por bicho raro”. Pero tampoco.

El día está precioso. Pero nadie mira por la ventana para contemplarlo.